Marcelo Barreto
Diario O Globo,
Suplemento Río 2016
Domingo
14/08/16, 2° Edición, pág. 4
(traducción
propia)
Michael Phelps aumentó su colección
de oros y superó hasta a Leónidas de Rodas, el mayor campeón olímpico de la
Grecia antigua, en el desempeño de pruebas individuales- hasta ser vencido por
un nadador de Singapur que se sacó una foto con él cuando era chico y dijo
“cuando crezca quiero ser igual a vos”. Majlinda Kelmendi conquistó en judo la
primera medalla de Kosovo, un joven país fustigado por la guerra y que aún no
fue reconocido por Brasil. Simone Biles desafió la gravedad y levantó dudas
sobre el hecho de tener una columna vertebral. Hechos extraordinarios fueron
registrados en la semana 1 de Río 2016.
Más los héroes del deporte tuvieron
que dividir espacio en los titulares de los periódicos con otros hechos
extraordinarios de la primera edición de los juegos en la América del Sur: el
agua verde de María Lenk, la bala perdida en la sala de prensa del hipismo en
Deodoro, los jacarés y los carpinchos del golf, las filas para entrar en el
Parque Olímpico y comprar comida o bebida, los desniveles y las goteras en las
canchas… Y, claro que sí, los hinchas brasileños.
Ellos gritaban en el momento del
saque de tenis y de la largada de la natación. Abucheaban los adversarios en la
gimnasia artística. Cantaban “Ȏȏȏȏ…Zika!” cada vez que Hope Solo[1]
ejecutaba un tiro de meta. Alentaban a las esgrimistas a todo volumen diciendo
“rómpela”. Reprendían a los argentinos, a veces llegando a los hechos. Y
terminaron la semana invadiendo la pista del Estadio Olímpico. Todo eso hiere
la etiqueta del deporte en alguna medida –en una escala de cero gritar a Hope
Solo, a diez, peleas e invasión. De la misma forma, hay una graduación en las
reacciones de los atletas. Hubo quien perdió la deportividad, como el jugador
de vóley de playa que respondió a la hinchada brasileña en el estadio de vóley
de playa con un gesto obsceno. Por su parte Michael Phelps y Simone Biles
–curiosamente dos de los mayores vencedores de Río- dijeron nunca haber
competido con una atmósfera tan vibrante. El yerro más común es tirar todo en
el mismo cesto.
El deporte tiene una invocación
irresistible para la sociología de taberna. No es sólo la prensa internacional
la que observa la hinchada de un estadio olímpico y piensa que está viendo a
Brasil allí, dejando de notar lo obvio: la diversidad de quien gusta del
deporte. Estuve en el parque olímpico todo el día. De cerca, el hormiguero
humano que las cámaras del estudio panorámico de Sport TV captan desde arriba.
muestran que hay gente que economizó dinero para gastar con el deporte que ama,
cazadores de celebridades, familias que disfrutan unidas el espíritu olímpico,
borrachos que gritan idioteces y coleccionan los vasos con pictogramas de las
cuarenta y dos modalidades.
¿Por qué ellos representarían algún
tipo de unidad nacional? Brasil tiene a Rafaela Silva, que salió de la Cidade de Deus para ser campeona
olímpica y mundial de judo, y tiene a los internautas que publicaron insultos
racistas contra ella después de la eliminación en Londres. Brasil tiene a Caio
Bonfim, que entrenó en las calles de Sobradinho
para llegar a cinco segundos del podio en Río, y los conductores que le
gritaban ofensas homofóbicas cuando él pasaba, porque la técnica de la marcha
atlética recuerda una danza en la que se mueven las caderas.
Estos dos países pueden estar
representados en la hinchada brasileña. No se vuelven uno sólo ni aún en la
hora de provocar a los argentinos –que pueden cantar las mismas canciones todo
el tiempo, aunque son igualmente diversos. Por otra parte, esperé el final de
Brasil y Argentina para escribir este último parágrafo. El evento más temido de
Río 2016 hasta ahora, que llegó a ser tratado como asunto de seguridad
nacional, fue un hecho extraordinario –un partidazo de básquet.
[1] Arquera
de fútbol de los Estados Unidos que expresó su temor por la enfermedad (nota del traductor).