miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sobre el legado de Guillermo O’Donnell. Eligiendo alguna de sus lecturas.


Publicado en Espacios Políticos, Edición Especial, nº 9, año 12, http://issuu.com/espaciospoliticos/docs/boletin_in_memoriam_god, págs. 6 y 7, diciembre de 2011.

“Por lo menos desde Platón y Aristóteles muchos estudiosos han estado de acuerdo en opinar que la estructura socioeconómica de una sociedad ejerce importante influencia sobre el tipo de régimen político que es probable que esa sociedad tenga. Por supuesto, hay profundos desacuerdos en cuanto a la dirección de las conexiones causales, a los límites de variación posible por parte de los fenómenos políticos y a la influencia ejercida por otro tipo de factores.” (O’Donnell, 1972, 15).

Con estas palabras comienza el primer capítulo del internacionalmente influyente libro Modernización y autoritarismo. Texto que en la edición de Paidós de 1972 me acercó a sus pensamientos. Como no compartir a partir de su lectura la experiencia cognitiva que nos proponía respecto del tan debatido problema de la modernización. Sin embargo una relectura de los procesos vividos en nuestro país realizada en el famoso “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976" me permitió entender cómo se producían los comportamientos de las distintas fuerzas sociales. Sobre todo, como lo señala O'Donnell, ya que "no era económicamente inexorable que ocurrieran estos ciclos y -menos- que se repitieran" (O'Donnell, 1977, 539). Allí analiza cómo el país se dividió en dos coaliciones que caracterizaron su accionar por un juego de suma cero, donde las ganancias de una de las partes implicaban pérdidas equivalentes para la otra. Pero, como destacaba, "...la situación argentina ha estado lejos de ser un 'empate'. Por el contrario, después de varias vueltas de estas espirales -en las cuales, es cierto, ha aparecido ganando- es innegable que el sector popular argentino sufrió una parte más que proporcional de la destrucción que la Argentina ha venido infringiéndose a sí misma" (O'Donnell, 1997a, 176, subrayado nuestro).

Se pueden señalar dos características principales que determinaron la particularidad de la forma de relacionarse entre los sectores sociales en nuestro país. La primera, es la particularidad que tuvo la emergencia del sector popular (principalmente la clase obrera) "dotado de recursos económicos y organizativos (...) lo cual a su vez resultó de la combinación de los grandes excedentes disponibles y de la mucho menor presión ejercida sobre el mercado de trabajo urbano por parte de un casi inexistente campesinado." (O'Donnell, 1977, 531). Esto impidió que, al producirse momentos de crisis económicas, fuera fácilmente transmisible a los sectores populares los costos de las condiciones más rigurosas, como también que se generase una clase obrera más débil.

La segunda característica es que los principales productos de exportación argentinos (las carnes y los cereales) son alimentos que conforman el principal bien-salario del sector popular. De esta manera dada la "capacidad de resistencia" de los sectores populares y la "autonomía de las organizaciones", un aumento en sus ingresos repercutiría directamente en la capacidad exportadora del país. El tipo de cambio se convirtió en la herramienta fundamental de la política económica que permitía, al alterar los precios relativos, favorecer o perjudicar a los distintos sectores (O'Donnell, 1977, 531-532). Esta combinación generó, por un lado, alianzas entre sectores que se beneficiaban con una política protectora del mercado interno. Entre ellos se encontraban las fracciones de la pequeña burguesía y el sector popular que sostenían una defensa de los ingresos y del consumo, lo que le dio una gran fortaleza política y organizativa. La burguesía urbana por lo antes señalado se mostró fragmentada en dos sectores: la fracción oligopólica, que hacían coincidir sus intereses con la burguesía pampeana, y la fracción que aglutinaba a los sectores mercadointernistas (O'Donnell, 1977, 533). Esta separación de los intereses de la burguesía contribuyó a fortalecer la lógica del enfrentamiento

La economía argentina tuvo desde los años '50 un comportamiento cíclico stop and go. Este se producía a partir del permanente veto establecido entre las dos grandes alianzas que se habían conformado. Este tipo de práctica no sólo se vio reflejada en las posiciones de los diferentes sectores de las alianzas, sino que también afectó directamente al Estado. Estos ciclos se producían a partir del aumento de las exportaciones. Los saldos de la balanza comercial permitían generar un nivel de divisas que eran imprescindibles para el mantenimiento de las necesidades de importaciones propias del proceso de sustitución de importaciones que se estaba intensificando en los '60. Pero las exportaciones pampeanas (debido a los escasos avances en la producción como en la productividad) comenzaron a evolucionar más lentamente que el rápido crecimiento de la demanda de importaciones. Junto a ello se producían nuevas presiones para lograr el alza de los salarios de los sectores populares, lo cual implicaba un aumento de consumo interno de los productos exportables. De esta manera se producían problemas cíclicos de la balanza de pagos que sólo eran solucionables por medio de devaluaciones que profundizaban los efectos recesivos y redistributivos. Las medidas aplicadas tendían a la generación de una fuerte iliquidez, la reducción del déficit fiscal, el congelamiento de salarios y el aumento de la tasa real de interés. Así, se beneficiaban por medio de una transferencia de los ingresos y por la inflación a los sectores exportadores (O'Donnell, 1977, 537-538). La recesión aumentaba los valores de las exportaciones, de los bienes importados y producía que los salarios se rezagaran.

Una vez alcanzado un mejoramiento de la balanza de pagos, los sectores perjudicados por las medidas lograban, por medio de presiones sociales y políticas, que fueran adoptadas políticas económicas reactivadoras del mercado interno y productoras de la recuperación del salario, generándose un rápido fracaso de las políticas estabilizadoras. Este fue el comportamiento que las Fuerzas Armadas, junto a los sectores de la burguesía pampeana, la burguesía urbana (nacional e internacional) y el capital financiero, buscaron alterar con el golpe de Estado de 1976 (O'Donnell, 1977, 554). Se debían revertir aquellos problemas culturales y estructurales que se arrastraban desde la década de los '40, redefiniendo la mentalidad de los distintos actores sociales y políticos como señalaba el entonces Ministro de Economía Martínez de Hoz. Estos escritos fueron fundamentales, pero al analizar sus estudios sobre los micro fundamentos del autoritarismo se “completó” mi comprensión. En ese texto que en la Biblioteca del IUPERJ aparecía como mimeo por un lado con su título completo “¿Y a mí, qué mierda me importa? Notas sobre sociabilidad y política en la Argentina y Brasil?” y en otra sin la “mala palabra” (y frente a la incredulidad de la bibliotecaria), me facilitó el análisis con mayor claridad de las causas del sostenimiento de los autoritarismos, las jerarquías y la desciudadanización en nuestras sociedades. “En Río, violencia acatada; en Buenos Aires, violencia reciprocada. ¿Mejor o peor? Simplemente diferente. Pero con un importante punto en común: en ambos casos estas sociedades presuponen y reponen, cada una a su manera, la conciencia de la desigualdad.” De esta manera “una sociedad puede ser al mismo tiempo relativamente igualitaria, y autoritaria y violenta” (O’Donell, 1997, 167).

El camino hacia el análisis de la democracia, los procesos de democratización, sus límites y la ciudadanía estaba abierto. Sin embargo fueron en los límites donde O’Donnell colocó su énfasis. No le alcanzaba con analizar sus alcances, también se preocupaba por discutir sus problemas y carencias. No tardaba en llegar la “democracia delegativa”. En realidad este debate no era nuevo en la política argentina sino que lo encontramos presente, aunque con fuertes altibajos, desde 1983. Refiere a la alteración del equilibrio de poderes y a la preeminencia del ejecutivismo frente al Poder Legislativo. Los periódicos nos hablaban del ostracismo del Congreso.

Este tipo de democracia no se presenta como ajena a la tradición democrática, es más, preserva algunos de sus principales mecanismos. Así, por ejemplo, las elecciones son la forma por medio de la cual la ciudadanía logra designar sus gobernantes, aunque debemos hacer algunas aclaraciones al respecto. En la democracia delegativa cada acto eleccionario funciona como el momento en el cual los votantes eligen alguien que los dirija por un lapso de tiempo, en el cual éste representa los más altos intereses de la nación. Y desde la perspectiva de los competidores es un juego de suma cero donde en el momento en el cual uno gana, los demás quedan automáticamente excluidos del juego político.

En las situaciones de “crisis”, esta forma de democracia incluye el derecho-obligación que tiene el presidente de aplicar los “correctivos necesarios” para encaminar la situación. En este punto cobra una posición central el papel de los técnicos, dado que sólo ellos, junto con el presidente lograrán salvaguardar las sociedades de los caminos errados, dejando de lado al Parlamento y a los partidos políticos.

El elemento de continuidad es la permanente búsqueda de un ejercicio hiperpresidencialista justificado en el argumento de la gravedad de las crisis vividas. Si éstas son sus principales características, quisiéramos volver a hacernos la pregunta si la democracia delegativa es un tipo de régimen que debe ser pensado solamente como un recurso político de las recetas neoliberales de la década de los noventa, o si se plantea como un “modo de gobernar”.

La influencia de Guillermo O’Donnell fue constante en las últimas décadas. Los estudios, conceptos y sugerencias que elaboró nos han guiado en el debate politológico. Por otra parte su relación con la Universidad Nacional de Rosario y la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales fue muy estrecha y es uno de nuestros Doctores Honoris Causa. Incluso durante los días 5 y 6 de noviembre de 2009 se llevó a cabo un encuentro en el cual se debatió la actualidad del concepto de democracia delegativa. Allí se dio la posibilidad de que yo le entregara un ejemplar del mimeo denominado Delegative Democracy? y fechado en diciembre de 1990 el cual había sido preparado para el “East and South System Transformations” a realizarse en Budapest para la misma fecha. Guillermo O’Donnell ya no guardaba dicho ejemplar y yo lo tengo gracias a viejas fotocopias archivadas.

Su pérdida será sentida como una gran falta ya que no estará para ayudarnos a pensar y a pensarnos.

Muchas gracias Profesor.

Bibliografía.
O'Donnell, Guillermo (1972) Modernización y autoritarismo. Paidós, Buenos Aires.
O'Donnell Guillermo (1977) "Estado y alianzas en Argentina, 1956-1976", En revista Desarrollo Económico, Vol. 16, nº 64, ene-mar.
O'Donnell Guillermo (1997) Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Paidós, Buenos Aires.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Separación de elecciones y construcción de mayorías. Estrategias provinciales y nacionales en la Provincia de Santa Fe.

Para ser publicado en El Estadista

En la Provincia de Santa Fe la constitución precisa que las elecciones para elegir cargos provinciales deben realizarse con al menos noventa días de anticipación a la asunción de las autoridades electas.
Este plazo que coloca las fechas máximas cerca de la primera semana de setiembre hace que los demás plazos electorales se fijen a partir de ella.
Con esta consideración podemos observar cómo los comicios santafesinos generalmente no han coincidido con los que se fijan en el nivel nacional. Debemos destacar que estas prescripciones constitucionales no alejan de nuestro análisis las motivaciones políticas.
Como se sabe el sistema electoral santafesino consta de un mecanismo de internas abiertas simultáneas y obligatorias para los partidos políticos y semi obligatorias para los ciudadanos, que incluyó en esta instancia la primera utilización provincial de la boleta única.
De esta manera se establecieron las dos compulsas electorales para los meses de mayo y julio. Cabe preguntarse por qué casi un mes y medio de anticipación con los plazos fijados normativamente. Además por qué no coincidieron (al menos la segunda vuelta) con la primaria establecida para la selección de cargos nacionales.
Una buena respuesta es que no conviene mezclar sistemas electorales donde se seleccionan por mecanismos distintos a los representantes.
Sin embargo quienes han venido estudiando estas prácticas en el ámbito provincial y hasta local saben que las motivaciones distan de ser meramente constitucionales, o educativas o de implementación. Sus fundamentos se deben encontrar en argumentos políticos.
Analicemos las motivaciones de los principales actores políticos provinciales. Empecemos por la coalición de gobierno.
El Frente Progresista Cívico y Social debía refrendar en las urnas por primera vez su continuidad en la Provincia. En ese sentido ya se conocía por medio de encuestas divulgadas la posibilidad de que un porcentaje de los propios votantes del frente de gobierno lo hicieran por la presidente en las elecciones generales. Por ello, conociendo el arrastre de votos que una campaña nacional podía traer, se prefirió separar las instancias electorales para no “contaminar” las tendencias del distrito.
No obstante ésta también fue una decisión que hablaba de las tensas relaciones al interior de la coalición de gobierno. Por una parte se discutía la posibilidad de una alternancia partidaria pactada con el radicalismo, la cual fue descartada por la línea binnerista del socialismo, como por otro se produjo la propia puja del partido del gobernador que culminó con la derrota del senador Giustiniani.
Además de estos acomodamientos locales y provinciales, con un radicalismo en condiciones de colocar un candidato “votable” a gobernador en más de una década, se debe analizar los vaivenes de las candidaturas nacionales.
Dos decisiones tensionaron el Frente Progresista que también lo llevaron a optar por diferenciar las elecciones provinciales de las nacionales. Ambas se cuajaron sobre finales de diciembre del año pasado y febrero del presente. La primera, la decisión radical nacional de encontrar la “pata peronista” en la provincia de Buenos Aires y llevar a sus aliados nacionales tras esa estrategia. La segunda, la de constituir un partido nacional en el socialismo.
No importó si Binner puede ser o no presidenciable en cuatro años. La apuesta fue diferenciarse claramente de su socio en la provincia. Mientras en Santa Fe somos parte de lo mismo, en la nación se priorizó no aliarse con ese “viejo” y “caduco” partido.
Dentro del Justicialismo la situación no fue muy distante en cuanto a las disputas. Ya la sanción de la boleta única había mostrado un claro “sálvese quien pueda” provincial dada la poca clara situación de las candidaturas a gobernador. Es más, el formato de votación por papeletas separadas (donde se minimizaba el “arrastre”) les permitió a los candidatos a diputados, senadores provinciales, intendentes, concejales desprender la decisión sobre su voto del de un candidato a la gobernación. Hagan lo que quieran “arriba”, pero “abajo” el voto debe ser para el candidato local.
La prescindencia discursiva (pero no práctica) de Reutemann en el escenario provincial terminó de armar el acto. Así los caciques locales pujaron por colocarse dentro de un paraguas peronista donde se hacía difícil ubicarse. Más aún cuando se comentaba que desde el propio gobierno nacional se hablaba que Rossi era un gran candidato a gobernador, pero no para Santa Fe. Otra hubiera sido tal vez la historia con elecciones nacionales y provinciales coincidentes, sobre todo con la pérdida de votos por parte del Frente Progresista respecto de las elecciones de 2007.
Ahora bien, al llegar la contienda nacional todos formaron fila tras el discurso de las autoridades nacionales.
Los que no quedaron dentro del justicialismo provincial oficial encontraron en el PRO la forma de dar cabida a sus especulaciones electorales. Sin Reutemann y sin una parte importante del peronismo provincial el candidato Del Sel no hubiera llegado a los guarismos a los que alcanzó. Como muestra alcanza la “desaparición” del PRO en el mapa electoral de las elecciones para diputados nacionales realizadas en el mes de octubre.
De esta manera todas las fuerzas provinciales demostraron dos fisonomías que les hicieron conveniente desdoblar las elecciones. Una de cara a la configuración política provincial. Otra respecto de la contienda nacional. El sistema de partidos en la provincia buscó preservarse frente a la lógica nacional.

Rosario, noviembre de 2011.