miércoles, 29 de octubre de 2008

Notas ocasionadas por la disputa sobre las retenciones cerealeras.

Las primeras notas que dieron lugar a estas ideas se relacionan con la clase pública que fui invitado a dar por la Coordinadora de la carrera de Ciencia Política y la Decana de la Facultad de Trabajo Social de la UNER el lunes 23 de junio de 2008 en Paraná.

1.- Precisiones metodológicas.

Una primera dificultad que trae aparejado todo trabajo sobre la coyuntura nos obligan a ser meticulosos con los aspectos metodológicos. En el mundo académico los conceptos y las teorías deben ser precisados, reenfocados y repensados a la luz de los nuevos acontecimientos que se suceden, fundamentalmente en los períodos de crisis. En esas situaciones es cuando esas herramientas conceptuales parecen no correlacionarse con los fenómenos sociales que se producen. Debemos “…reenfocar y repensar lo político sin lentes que distorsionen la realidad de los hechos, suspender la adoración de algunos becerros y corderos, y por último cargar con el debido grano de sal de nuestros juicios”.
De esta manera nos podemos acercar al conocimiento del “estado de cosas”, moderadamente, como dice Carlos Strasser, muy moderadamente, aunque nos sugiere que tampoco debemos hacernos “grandes ilusiones a futuro.”

2.- El inconveniente de los sujetos pre constituidos.

Una de las grandes discusiones que se presentan en el ámbito de las ciencias sociales se refiere a cómo definimos, analizamos y tratamos de comprender los sujetos sociales. En muchas de los debates de nuestras disciplinas los definimos como agregados pre constituidos que existen independientemente de las acciones de los actores individuales. Sin embargo, optaremos en estas líneas por considerar que los actores sociales se constituyen, definen, reconstituyen y redefinen en la praxis social concreta.
Vemos como esto ha sido señalado en reiteradas oportunidades sin tener en cuenta la conformación de los actores. Parece claro hablar de la “clase media”, del “proletariado”, de los “oligarcas”, del “campo”.
Sin embargo debemos ser más cuidadosos al respecto, los conflictos sociales se producen en esas acciones en las cuales nos diferenciamos y nos conformamos en actores colectivos. Construimos una identidad a partir de las diferencias.
Un ejemplo de esta manera de entender a los actores constituyéndose a partir de las diferencias puede encontrarse en una visión que puede considerarse por algunos (así lo sugiere Carlos Strasser) “protomarxista”. Dicha posición nos recuerda que el “…celo por diferentes opiniones respecto del gobierno, la religión y muchos otros puntos, tanto teóricos como prácticos; el apego a distintos caudillos en lucha ambiciosa por la supremacía y el poder, o a personas de otra clase cuyo destino ha interesado a las pasiones humanas, han dividido a los hombres en bandos, los ha inflamado de mutua animosidad y han hecho que estén mucho más dispuestos a molestarse y oprimirse los unos a otros que a cooperar para el bien común”. Esta situación es tan fuerte que por “…la propensión de la humanidad a caer en animadversiones mutuas, (…) cuando le faltan verdaderos motivos, los más frívolos e imaginarios pretextos han bastado para encender su enemistad y suscitar los más violentos conflictos. Sin embargo, la fuente de discordia más común y persistente es la desigualdad en la distribución de las propiedades”.
Expresándose de esta manera Madison en El Federalista concluye que “…los propietarios y los que carecen de bienes han formado siempre distintos bandos sociales. Entre acreedores y deudores existe una diferencia semejante. Un interés de los propietarios raíces, otro de los fabricantes, otro de los comerciantes, uno más de los grupos adinerados y otros de intereses menores, surge por necesidad en las naciones civilizadas y las dividen en distintas clases, a las que mueven diferentes sentimientos y puntos de vista”.

3.- El sujeto “campo”.

Una de las grandes dificultades de los debates que se suscitaron en los últimos meses es cómo definir ese sujeto que se ha dado a llamar “campo”.
Nuestra primera apreciación es la dificultad de entenderlo como un actor homogéneo. Por un reflejo periodístico o del debate político se ha dado a entender que estamos en presencia de un conjunto de productores y acciones que tienen una lógica unitaria.
Sin embargo los análisis minuciosos reflejan su diversidad y sus estrategias productivas y políticas no necesariamente idénticas. Esta complejidad en la extensión de las unidades productivas se acrecienta por las diferentes actividades que realizan (distintas explotaciones agrícolas, diversas actividades pecuarias), como con las desiguales zonas en las que llevan adelante sus tareas.
Es importante partir de la información dada por los Censos Nacionales Agropecuarios del 1988 y del 2002. Por ellos se sabe que entre estos años disminuyeron casi en cien mil las explotaciones rurales sin discriminar su tamaño. Algunas desaparecieron y otras fueron absorbidas por otras explotaciones mayores. Esto llevó a que junto a la duplicación del volumen de la producción en cereales y oleaginosas se diera una disminución de las producciones agropecuarias.
Este proceso se produjo paralelamente al desarrollo de la mecanización y de la realización de experimentos en los campos de la química y de la genética. Conjuntamente a la aplicación masiva del paquete tecnológico de la siembra directa y la soja transgénica se amplió la frontera agrícola, se ahorró mano de obra con relación al trabajo agrícola tradicional, y se fortaleció un nuevo actor que son los contratistas que venden sus servicios de siembra directa sin ser propietarios de tierras y que sus capitales no están necesariamente ligados al sector agropecuario.
Esto generó que la unidad productiva mínima pase en la región pampeana de cuatrocientas veinte hectáreas a unas seiscientas, con el consecuente proceso de venta de las explotaciones menores o su conversión en rentistas cuando no pudieron alcanzar la escala productiva. Los propietarios de entre veinte y cincuenta hectáreas fueron los que perdieron mayor peso efectivamente.

4.- El juego “campo” – “gobierno”.

Durante los meses en que el conflicto se mostró abiertamente en reiteradas oportunidades se habló del enfrentamiento “campo”-gobierno como el existente entre dos actores polares. Además, se repetía que uno de los grandes problemas para la resolución del conflicto era que no existía un árbitro supra partes que dirimiera las posiciones de los contendientes enfrentados irreconciliablemente.
En estas visiones se recurría permanentemente a la explicación de la situación a través del “juego de la gallina”. Este juego, en el marco de la teoría de la racionalidad, como lo expresáramos en la reunión del día 23 de junio, trata de explicar el comportamiento de los actores recurriendo a la figura de dos automovilistas que lanzados en una carrera que los enfrenta se dirigen a la mayor velocidad posible uno contra el otro esperando que quien desvíe la trayectoria se convierta en el “gallina”, el que abandona, el que no puede sostener el juego. James Dean lanzado contra el precipicio es un ejemplo filmográfico de dicha situación. El problema de dicho juego es que la maximización de la ganancia puede llevar a la maximización de la perdida. Esperar hasta último momento para ganar puede hacer que las pérdidas de ambos jugadores sean totales. En otras palabras una racionalidad extrema nos lleva a la colisión y a la muerte segura.
Sin embargo esto supone que los corredores tienen el mismo poder, la misma capacidad de enfrentarse con el otro. Pero debemos reparar que el accionar del Ejecutivo, con su capacidad de direccionar al Estado no puede equipararse al otro actor: el “campo”.
En esta simulación lúdica el gobierno, como orientador de las políticas del Estado, ha dejado de ser un actor capaz de mostrarse como un tercero excluido que puede expresar sus intereses como diferentes de los de los actores sociales individuales. Cuando una preferencia estatal es traducida en una determinada política pública, implica que ciertos intereses de los agentes públicos se han impuesto a la totalidad.
Sin embargo, aunque toda preferencia estatal implica esfuerzos, costos y riesgos, lograr que ellos sean disminuidos al máximo posible es producto de la correspondencia que hacia esa acción tengan los actores sociales. En otras palabras, cuál es el soporte que obtiene una determinada preferencia estatal en la sociedad.
Un día después de la reunión pública de nuestra Facultad, el 24 de junio, en el diario La Nación, Marcos Novaro nos proponía, con un argumento similar discutir sobre el juego del “colectivero loco”. En ese análisis la descripción del “juego de la gallina” tenía “…más sustento para los ruralistas que para el Ejecutivo; lo demuestra la insistencia con que éste ha señalado que no se considera un igual de aquellos ni una parte más en un conflicto que, según sus palabras, enfrenta el interés general, por él representado, con intereses facciosos y poco solidarios”.
Desde la visión de los opositores al gobierno se le puede decir que dar la razón a “…una persona enloquecida no es más que una simulación dirigida a desarmar la escalada paranoica en que ella misma se ha encerrado, y que no tiene los mismos efectos de aceptación de las reglas de juego y de sus resultados que están presentes en el juego de la gallina”. Para los defensores del juego del colectivero, éste pudo “…estar simulando su enloquecimiento, para imponer el acatamiento a su voluntad, que es lo que importa”. Desde esta óptica el juego, los jugadores y sus resultados seguirían siendo racionales. Pero como aclara Novaro, el problema de un juego con estas características no consiste en la locura, sino en los resultados a largo plazo. En adelante todos intentarán por todos los medios abandonar el colectivo, no jugar más a un juego que los tiene como prisioneros, evitar soluciones colectivas con ese conductor que observa la disminución de la velocidad, el “ceder”, como un ejemplo de debilidad.

5.- Los problemas de los intereses sectoriales y el futuro de las negociaciones.

Estas posiciones respecto del gobierno y el “campo” no nos debe hacer perder de vista que juegos como los descritos en el apartado anterior nos deben hacer reflexionar sobre los problemas que pueden traer a una democracia las prácticas de imposición de intereses sectoriales. Respecto de la crisis analizada no se debe olvidar que también “enseñó” a los actores sociales cómo se debe actuar contra las decisiones gubernamentales y estatales, colocando como problema la relación entre los intereses “generales”, surgidos de los órganos representativos, y los intereses sectoriales.
Como ha señalado Adam Przeworski, “…la democracia moderna genera resultados que ante todo son producto de las negociaciones entre los dirigentes de las fuerzas políticas, más que de un proceso de deliberación universal”. Además, Norberto Bobbio, al describir las promesas incumplidas de la democracia considera que el “…principio en el que se basa la representación política es exactamente la antítesis de aquel en el que se fundamenta la representación de los intereses, en la que el representante, al tener que velar por los intereses particulares del representado, está sometido a un mandato obligatorio”. Aquí vemos una contradicción importante ya que la democracia representativa podría ver jaqueados sus principios por el accionar de diferentes intereses sectoriales (esta vez fue el “campo”) que permanentemente se expresen como intereses particulares.
Lo que fue una historia común de la democracia argentina parece extenderse en el tiempo, aun en aquellos actores que criticaron esas modalidades de acción. Los grupos y aparatos administrativos han sofocado y limitado (y continúan haciéndolo) a los individuos en tanto ciudadanos.
Las teorías pluralistas conciben el poder como un elemento disperso a través de toda la sociedad. Ésta es construida como un agregado de individuos-ciudadanos y de grupos de interés diversos. Sus intereses son transmitidos por medio de los partidos políticos, que los seleccionan, agrupan, generalizan, alcanzando un consenso entre ellos. Esta mirada privilegia el aspecto democrático representativo de Estado “…restringidamente definido como un modo institucionalizado de agregación y de negociación de intereses en la esfera pública…”. Pero como señaló Robert Dahl se advertía un problema de fondo de las democracias pluralistas que era que las organizaciones independientes son muy activas, pero justamente por eso tienen una gran capacidad e independencia para hacer daño.
Por su parte, las teorías neocorporativistas entendieron que hay una dependencia doble, “del Estado con respecto a los principales grupos de interés que defina la división social del trabajo, desde que éstos se convierten ahora en implementadores (o en obstáculos) de sus proyectos; y de tales grupos en relación al Estado, en la medida que éste condiciona decididamente sus actividades”.
Así el aspecto democrático representativo queda relegado en pos de los sectores corporativos que acceden al Estado cuando sus demandas han superado altísimos umbrales organizativos y logran movilizar considerables recursos de apoyo.

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