Colaboración con Mario Riorda sobre las modificaciones que ha conllevado Cambiemos en la política argentina
La
palabra cambio encierra sus ambigüedades. Cuánto de nuevo y cuánto de viejo
esconde la expresión. El concepto de cambio no nos explica con claridad los sucesos
acaecidos en nuestro país luego de la instauración del nuevo gobierno, pues nos
lleva a una idea de alternancia que oculta las continuidades, como también las
rupturas, que se producen en nuestros días en el campo de las relaciones
políticas.
En primer lugar, un poco más de la mitad de
la ciudadanía se expresó en el mes de noviembre pasado a favor de cambiar el
signo político de quien gobernaba. En los turnos electorales precedentes estos
porcentajes habían sido significativamente menores. Tal vez los sucesos y
denuncias posteriores nos oculten que en la decisión de los electores funcionó
más la idea de terminación de un ciclo, de un modo de gobernar (Bobbio), que de oposición a muchas de las
políticas con las que se referencia a esa experiencia.
Para
comprender la idea de terminación de un ciclo lo podemos asemejar a aquella
propuesta realizada por Albert Hirschman de entender los cambios en los
comportamientos colectivos y en las preferencias como momentos en los que la
decepción y la insatisfacción por lo existente se expresan.
No podemos olvidar que una de las constantes de la política argentina
desde los años ‘90 fue (con pocas excepciones temporales) el otorgamiento de “superpoderes” al Poder Ejecutivo Nacional para el manejo de las
partidas presupuestarias y la utilización de Decretos de Necesidad y Urgencia
para gobernar (la Democracia Delegativa de O’Donnell aunque él la pensaba inicialmente
sólo para experiencias neoliberales exitosas). El elemento de continuidad fue la
permanente búsqueda de un ejercicio hiperpresidencialista justificado en el
argumento de la gravedad de las crisis vividas.
Sin
embargo, las características que asumió el reparto de poder luego de diciembre
de 2015 entre el Congreso nacional y el Ejecutivo Nacional plantea un cambio en
la manera de gobernar en el país que no necesariamente fue deseado por
Cambiemos, sino que fue el producto de la manera de expresarse de la voluntad
popular.
Así, la
democracia argentina tendrá como tarea explorar la construcción de espacios en los que se alcancen acuerdos cooperativos
comunes para erradicar paulatinamente el malestar que vive nuestra sociedad.
En segundo lugar se encuentra el impacto de
Cambiemos sobre los partidos políticos, principalmente los tradicionales. Con
mucha claridad, como ha sido señalado en diversos estudios, tanto el FPV como
el PRO son los dos emergentes de la crisis de representación del 2001. Sin
embargo los caminos por medio de los cuales se han relacionado con las
anteriores fuerzas políticas nacionales han sido decididamente diferentes.
La construcción
de Cambiemos implicó un trueque importante entre la UCR y el PRO, en la cual la
primera dotaba de territorialidad a la alianza, mientras el segundo le daba un
liderazgo con performance electoral y vínculos representativos renovados.
Sin
embargo esta relación no estuvo exenta de casos particulares. Esto se debió a
un cambio de estrategia dentro del PRO que se produjo hacia el año 2010. Hasta
ese momento la fuerza había privilegiado el escenario local de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires (como señalan Vommaro y Morresi). A partir de allí se
comenzó a proyectar sobre otras provincias la búsqueda de captación de cuadros
de las élítes conservadoras de cada distrito, de los partidos tradicionales (incorporaciones
tanto del peronismo como del radicalismo), de algunas organizaciones no
gubernamentales, del sector empresarial, deportivo, del mundo del espectáculo.
Como
en todo proceso de construcción partidaria, las dirigencias ya existentes que
estaban disponibles en cada distrito, más algún emergente particular por su
conocimiento público, ha sido el modo de la presentación del PRO como “partido
completamente nuevo”. A ello ha sumado una constante afirmación discursiva que
buscó desprenderse de uno de los clivajes tradicionales de la ubicación partidaria:
“no somos de izquierda ni de derecha” “queremos estar cerca de la gente”. La
“gente”, no los ciudadanos. Sin embargo, esto no ha sido una particularidad sólo
del PRO ya que esta misma afirmación sobre la ideología la realizaba el líder
del Frente Renovador en el proceso electoral de 2015.
Son justamente
estas alianzas provinciales preexistentes las que han tensionado la
construcción de Cambiemos. En el ciclo electoral pasado en algunos distritos
sólo la separación de los comicios provinciales, locales y nacionales
permitieron una convivencia que será puesta a prueba en el próximo turno de
votación (Santa Fe y Córdoba entre ellas). En otros distritos implicó la no
presentación de partidos tradicionales de la alianza (el ejemplo es Entre Ríos)
o produjo acuerdos más abarcadores con la inclusión del Frente Renovador (Jujuy
como caso exitoso).
El tercer punto que deseamos destacar es
que Cambiemos ha significado una transacción entre sus miembros respecto de la
definición del rol del Estado y del rumbo económico. En esta transacción no
pueden excluirse por su participación (explícita o no) a los actores económicos
fundamentalmente empresariales como sindicales.
Esto se
debe a que Cambiemos ha definido (no sin contradicciones) que el Estado debe
tener un rol a ejercer y los conceptos de heterodoxia y desarrollismo forman
parte de su vocabulario. Pretende que no sea el Estado de los años ’90, tampoco
el de la última década, sin embargo las presiones para implantar políticas más
ortodoxas son internas a la misma coalición y se incentivarán si se posponen
los resultados esperados.
Así, el
gabinete nacional expresa una amalgama de dirigentes partidarios de diversas
extracciones, expertos en diferentes áreas y ex gerentes de empresas privadas
(en muchos casos multinacionales). Sus posicionamientos ideológicos son divergentes
ya que Cambiemos no se ha constituido a partir de una unidad en ese sentido, y plantean
tensiones en las decisiones sobre el camino a seguir.
En estos
tres elementos de tensión: un poder dividido que obliga a negociar; una
construcción partidaria nacional inacabada en el PRO que puede contraponerse a
la de sus propios socios; y un rol del Estado sin un consenso consolidado; se
constituyen algunos de los desafíos de la política de Cambiemos para su futuro
como fuerza electoral y gubernamental.
Rosario, 19 de julio
de 2016.
2 comentarios:
Gastón.
En tu visión analítica de lo que porduce CAMBIEMOS como expresión y como concepto, se dibuja una limpia estructura de esa práctica que tanto necesita la política actual. Pero me quiero sumar a tus definiciones conceptuales sobre algo mucho más sencillo y perceptible dentro de la política y que como ciudadanos hemos perdido, por lo menos a mi parecer. Que es aquello que tanto atrae a la ciudadanía a la hora de participar, que es sobre QUE PROYECTO POLITICO se va a trabajar. Y a que conceptos nos va a llevar, a ver cual es el DOGMA y que se hará con respecto a la DOCTRINA. Creo que todo esto ha desaparecido dentro de la política y que son muy pocos aquellos que pueden demostrar que trabajarán junto a la gente y puedan defender el DOGMA de su partido. Ya que hoy los intereses son otros. Y lamentablemente es lo que hemos vivido estos últimos años, quizás de la forma más sinica que haya subrayado nuestra historia. Y cómo veo la idea de CAMBIEMOS, difícil, pero no imposible. Los cambios importantes en la historia han sido marcados por revoluciones, guerras y otros movimientos que han dado un giro a una forma de vida que pueda generar una nueva posición dentro de una sociedad que necesita un nuevo paradigma basado en una libertad verdadera donde todos tengamos las mismas posibilidades de crecer para avisorar un mejor futuro.
Guillermo V. Ferreyra
Es verdad, las ideologías se han diluido en las expresiones partidarias y en sus militantes. Estas estructuras parecen en muchos casos sólo sostenibles para ubicar a sus miembros en cargos gubernamentales. Sin embargo nos seguimos expresando a través de ellos y orientando por ideas y valores.
En otro orden de cosas también los cambios pueden venir del ejercicio constante de la democracia en la que las instituciones puedan afianzarse, con sus idas y vueltas, con sus conflictos, esa es la esperanza.
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