En la gran epidemia de fiebre amarilla de
1871 en Buenos Aires, no solamente el presidente argentino Domingo F. Sarmiento
dejó la ciudad, sino que también lo hicieron, junto a otros miles de
ciudadanos, los miembros de la Corte Suprema de Justicia. Buscaban lugares
alejados que los protegieran de la enfermedad, lo cual los expuso a críticas
muy airadas por el abandono de la población que no podía escapar.
Pero también el Congreso de la Nación no abrió
sus sesiones ordinarias el 1° de mayo, según lo estipulaba la Constitución Nacional
vigente. Fue recién el 4 de julio cuando ambas cámaras pudieron sesionar y
escuchar el discurso presidencial. Expresaba Sarmiento en el inicio de su presentación
que “La postergación inevitable que vuestra reunión ha experimentado, tiene por
origen una calamidad pública cuyas víctimas han sido Buenos Aires y Corrientes.
La epidemia que acaba de desolar estos centros de población ha adquirido por la
intensidad de sus estragos y acaso por las consecuencias que traería su posible
reaparición, la importancia de un hecho histórico (…) Bajo estos muchos
aspectos parecía presentarse el año transcurrido, como un año nefasto, para el
mundo y para nosotros (…) Conocéis los trastornos que Europa ha experimentado.
Ellos deben influir en la marcha de las instituciones políticas del mundo, y
enseñarnos a evitar los escollos en que otros fracasaron” (Sarmiento, 1871, 9).Ciento cincuenta años después nos encontramos nuevamente con argumentos similares ante la suspensión de las actividades legislativas en varios países. Con una duración similar, sin embargo, los contextos son diferentes y las experiencias no son idénticas.
Sarmiento, Domingo F. (1871), Acto de la apertura de las sesiones del Congreso Legislativo Federal, en http://www.bcnbib.gov.ar/uploads/DOSSIER-legislativo-A1N30-Mensaje-presidencial-Sarmiento.pdf
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